Un día, Henry Ford pensó que, si sus trabajadores no podían comprar los coches que ellos mismos fabricaban, nunca se venderían.
Así que, de un mes para otro, les dobló el sueldo.
Y los trabajadores se compraron el coche.
Nació
así lo que vino en llamarse "sociedad de consumo". Y no estaba muy bien
vista. "Agotamos los recursos del planeta", decían.
Este sistema
se combinaba con otro que se llamaba "Estado de bienestar", basado en
servicios sociales tales como la educación o la sanidad, a las que todos
los trabajadores tenían derecho.
Entonces llegó la crisis de
2008, y las mentes que rigen el mundo decidieron que todos teníamos que
apretarnos el cinturón para remediar el estropicio que habían hecho los
especuladores. Y vimos reortadas sanidad y educación, y descubrimos, con
tanto desahucio, que la vivienda no era un derecho sino un bien de
consumo más, con el que tanto se había especulado.
Cito aquí a un tipo que he leído hoy en Facebook, en el grupo Decrecimiento, un tal Dubitador Dubitadore:
"La
prosperidad la atribuimos al capitalismo, cuando en realidad debe
atribuirse a las intervenciones que se le aplicaron para frenar sus
peores tendencias, aunque no se impidió la depredación de paises más
débiles, so pretexto de estar llevándolos el desarrollo.
El
nuevo liberalismo se dedica a desmontar aquellas intervenciones y
restricciones que hacian posible la prosperidad y la democracia".
Entre
aquellos límites que se pusieron al capitalismo salvaje estaba el de
las jornadas de trabajo. La semana de 40 horas fue una conquista de la
lucha obrera, como muchas otras, conseguida con huelgas y
manifestaciones de ésas que ahora se dice que "no sirven para nada", mientras
eslóganes como "tus horas extra, mi paro" ilustraban el reparto de un
bien entonces abundante: el empleo.
Que ahora resulta que no hay.
Que no hay empleo, o puestos de trabajo. Y se ha creado una nueva clase
social, a la que nos ofenden con el nombre de "parados", frente al
inglés "unemployed" o "desempleado", mucho más digno.
Y que hemos
descubierto también que no éramos clase media. Y que comenzamos a vivir
peor que nuestros padres: de alquiler en vez de en propiedad, por
ejemplo.
Considero que asistimos al suicidio del sistema, al
pelotazo de unos cuántos acaparadores (el famoso 1%) que están amasando
fortunas mientras dinamitan todo lo que sustentaba el desarrollismo y el
crecimiento, a saber: la sociedad de consumo, su combinación con el
estado de bienestar que propició el baby boom de los 60 (ahora asistimos
al envejecimiento de la población; en mi territorio, Gipuzkoa, los
mayores de 65 ya son más que los menores de 18) y la ahora famosa
"conciliación", es decir, la compatibilidad entre la vida laboral y la
familiar, que aseguraba el relevo de la tan necesaria mano de obra, un
bien que ahora parece que les sobra a los de la cúspide.
A la
par, los obreros comienzan a indignarse. Votan a la ultraderecha, como
en Francia (donde el Frente Nacional ganó las municipales y regionales
en la primera vuelta, y socialistas y conservadores debieron unirse en
la segunda para impedir su victoria) o en Austria (donde el voto por
correo ha dado la presidencia in extremis al candidato ecologista frente
al más reaccionario), o a opciones como Podemos en España, porque están
hartos, y los jóvenes se sienten engañados. En nuestro país, el PP sólo
es la primera fuerza entre los mayores de 65 años; por debajo de esa
edad, es la cuarta en intención de voto. No obstante, como he dicho
anteriormente, la población está tan envejecida, que PP y PSOE
obtuvieron el 50% de los votos emitidos el 20 de diciembre. Pero se
barrunta que, tarde o temprano, la balanza se inclinará a favor de los
"emergentes".
Pero poco les importará a ese 1%, a los amos de
nuestros gobernantes "democráticos", que caigan estos, porque ellos ya
se habrán fugado con su botín a sus paraísos fiscales cuando esto haya
ocurrido.
Toda esta reflexión la ha inspirado una noticia que he
extraído de diariovasco.com hace nada, y que me recuerda que los
nórdicos, siempre más avanzados, experimentan en Suecia la reducción de
la jornada laboral con buenos resultados (sin que baje la
productividad):
"La jornada de seis horas en Suecia hace feliz a los trabajadores… y a las empresas
La ciudad de Gotemburgo realiza un experimento con el que ha demostrado
que reducir la jornada aumenta la productividad al mejorar la calidad de
vida de los empleados ".
Ojalá esto sea una señal de
los nuevos tiempos. Aparte, aunque la productividad y el consumo decayeran, ¿no nos insistían tanto, antes de la crisis, en que nos estábamos cargando el planeta porque el
crecimiento ilimitado (por pura lógica, además) era una quimera? ¡Pues
decrezcamos! ¡Vayamos hacia la sostenibilidad y conciliemos todas las
facetas de nuestras vidas!
Y así es como los europeos redescubrimos otra forma de crecimiento: el personal.
Para rematar la faena de los planos social, económico, laboral y ecológico que he referido, espero
que algún día, decrecidos ya los europeos, pero espero que no
convertidos en mano de obra barata, un tal Wang, a la sazón empresario
en China, decida que ya es hora de que sus empleados se compren el
producto que fabrican, ya que no pueden hacerlo en Occidente, y así les
doble el sueldo como hizo Henry Ford, y todo se equilibre de nuevo.
(Si
creéis, como yo en cuanto la escuché, que la anécdota de Ford es tan
buena como pienso, por favor, no os molestéis en comprobarla, como
tampoco he hecho yo nunca; es demasiado buena para ser falsa, merece ser
auténtica, sea quien sea el protagonista).
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