PROYECTO MUKWANO-LAGUN
Cuatro dentistas guipuzcoanos y dos colegas atienden
gratuitamente donde nace el Nilo Blanco. Tras más de mil extracciones,
precisan voluntarios
«África es la alegría de la vida».
El dentista donostiarra Sabin Gabilondo se enamoró del continente en
marzo de 2006. Había acudido con tres amigos, «Kepa, Mongi y Potxa»,
también piragüistas, atraído por el nacimiento del Nilo Blanco, en
Uganda. Sus primeros 70 kilómetros desde que comienza en el Lago
Victoria ofrecen «uno de los mejores raftings del mundo y uno de los clásicos del piragüismo mundial».
Sus rápidos llevan nombres como Total Gunga (Completamente Loco) y Silverback
(Gorila de Espalda Plateada). Las cenizas de Mahatma Ghandi fueron
esparcidas en su origen, en el pueblo de Jinja, y alrededor del lago
viven tres tribus «independientes del resto del mundo».
El Nilo Blanco aporta sólo el 20% del caudal del Nilo,
pero eso supone «entre 3.000 y 5.000 metros cúbicos frente a los 40 del
Urumea». En los rápidos no viven cocodrilos ni hipopótamos. El riesgo
reside en que «te enganche un rulo» o remolino, como le
ocurrió a Kepa. «No salía, no salía, y cuando por fin lo hizo estaba
blanco, blanco y nos dijo que había pensado en su mujer y en sus hijos y
en qué hacía ahí».
La malaria es un mal endémico en esa zona casi sobre el Ecuador donde no hay estaciones. La transmite la hembra del mosquito Anopheles Funesta
tras picar a una persona infectada. El repelente de mosquitos y la
mosquitera fueron los mejores aliados de Sabin, que además tomaba
Malarone, un fármaco que combate sus síntomas y que recomiendan como
prevención.
Clínica en la selva
Tras once días de emociones fuertes, antes de partir, el
dentista preguntó a quién podía regalar el material que le había sobrado
del botiquín que siempre lleva consigo, dada la situación de la zona.
Le dirigieron a la americana Jessie Stone, médico y directora de una
clínica en mitad de la selva, la Soft Power Health Clinic. En el centro
tratan la malaria con paracetamol y quinina porque no les llega para
Malarone y aliviaron el dolor de treinta pacientes con nueve dosis de
anestesia que dejó Sabin.
Ella le invitó a volver y él no lo dudó porque se había
«enamorado de África. Es la cuna de la humanidad. El ser humano en
estado puro. Allí te das cuenta de que la riqueza no es tener mucho,
sino ser feliz con lo que tienes, como ellos, que carecen de todo». En
esa zona de Uganda, no sufren hambre, «pero sí desnutrición, porque la
dieta se basa en cuatro o cinco vegetales y algo de pollo». Los
parásitos se meten y reproducen bajo la piel e hinchan los vientres de
los niños.
La existencia es efímera. «A los 14 años, son padres; con
30, abuelos; y los de 50 son bisabuelos viejitos a punto de morirse».
El 70% de la población es menor de 18 años. Una de cada cinco personas
es huérfana del sida.
En cuanto a la salud dental, «allí, un absceso te puede
matar. Además, las infecciones crónicas restan años de vida». Los
nativos se cepillan con una raíz que no evita «unas capas de sarro
tremendas».
Por todo ello, Sabin reclutó a tres dentistas más, los
también donostiarras Guillermo Escolar y Xabier Agirre y la gallega Geli
Mohedano, y volvió en octubre de aquel año con 42 kilos de medicinas
metidos en las piraguas y un nombre para el proyecto: Mukwano-lagun,
'amigo' en swahili y en euskera. Los cuatro trabajaron en la clínica de
Stone durante cinco semanas.
Aspirina para el infarto
En marzo de 2007, Sabin volvió con otro piragüista, Totu,
fontanero de profesión, que ayudó en lo que pudo. En otra expedición
posterior, acudirían Agirre, la elgoibartarra Nerea Iñiguez y la
getxotarra Amaia Martínez. Su labor principal son las extracciones, de
las que llevan más de mil, y las limpiezas de boca.
Sabin recuerda cuando a una paciente le dio un infarto
durante una extracción. «¡Cafinitrina!», pidió. No tenían.
«¡Adrenalina!». Tampoco. Ni siquiera oxígeno. Sólo una aspirina. Por eso
la segunda vez llevó también material de urgencias.
Todas las donaciones que recauda Mukwano-lagun son para
doscientos huérfanos del sida, «porque cada dentista se paga lo suyo».
Han llevado ya 15.000 euros. Los niños no residen en el orfanato, una
«casita» junto a la clínica, sino que «se buscan la vida». Sabin los
muestra en un vídeo, felices, cuando a cada uno le dieron un colchón,
mantas y una mosquitera. Además, les han pagado la escuela «para cinco o
seis años». Sabin ha llegado a ser muy querido. «Casi no puedo salir.
Los huérfanos y los pacientes me abruman».
Su trabajo allí ha hecho sentir «estupendamente» al
dentista donostiarra. Por eso anima a «cualquier profesional médico» a
que se sume al proyecto. Ahora, Sabin tiene otra labor. Él y su mujer
Eli esperan un niño para el mes que viene que se va a llamar Ibai. «De
padre piragüista, hijo Ibai», bromea Sabin. «Cuando crezca, volveré a
Uganda; y cuando sea mayor, me encantaría llevarlo conmigo». Allí le
recibirán con la mejor de las sonrisas.
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