No sentía. No padecía. Todo era vacío dentro y a su alrededor. Vaciado como con una cuchara, que duele más.
Los fármacos no vinieron sino a reforzar la anestesia, aislarlo del exterior y sumirlo en la autocomplacencia.
La salida del túnel vino lubricada por lágrimas de alegría.
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Recién presentado por mí al concurso de relatos de AGIFES, que este año gira en torno a la depresión.